Por Marcelo Rodríguez Melo, Ingeniero Comercial. –
Nuestro país al año 2020, tiene un desarrollo económico muy divergente. Por un lado, lo que notamos como consumidores, un comercio establecido de productos de importación que nos atiende de las más variadas formas y también, desde hace poco tiempo, tenemos la oferta de productos por Internet, que llegan a nuestros hogares directamente desde bodegas ubicadas fuera del país. Estas empresas nos venden sus artículos y compiten localmente por captar más clientes, y también nos ofrecen mercadería desde el extranjero compañías que compiten con otras en mercados internacionales.
Por otro lado, se encuentran las empresas productivas y exportadoras, de celulosa, maderas, cobre y minerales varios, frutas y hasta animales vivos.
También hay un importante sector de servicios en que distinguimos la construcción, entidades financieras, de salud y los servicios del Estado, a saber, ministerios, municipalidades y otros.
También como consumidores y con muchos hechos ya conocidos, no disfrutamos de una real competencia y calidad de servicios por parte de los oferentes nacionales, ya sean del comercio y de los servicios en general. Sin embargo, el Estado no nos asegura la existencia de una libre competencia.
En cambio, las empresas exportadoras deben enfrentarse con otras iguales, dentro del contexto mundial. O sea, se encuentran en competencia real permanentemente. Sobresalir y competir para estas empresas, significa ser y parecer de clase mundial, esto implica que cada una de sus actividades deben serlo o al menos tratar de serlo.
Para ser de clase mundial, algunas empresas intentan adquirir nuevas tecnologías, exigir a la organización mayores rendimientos, como si un edicto fuera una solución. Esto es lo que se conoce como una intención de alcanzar la excelencia desde la orden venida desde arriba para impactar hacia abajo en toda la organización. Sin duda, esto se logra con los trabajadores que acatan la realización de nuevas tareas.
Sin embargo, algunas empresas han detectado desde hace un tiempo, que la mirada de la excelencia en las operaciones, tiene otra dirección, esto es, desde los trabajadores hacia arriba en la estructura de la organización, lo que se explica en que quien más sabe de cada operación es quien las ejecuta. Esta verdad no requiere entrar en detalles ni más explicaciones, es casi obvio.
La práctica de encontrar la excelencia en las operaciones o lograr una continua mejora de éstas, no es nada nuevo en el concierto mundial, pero Chile no está al día en esta materia, pero es preocupación para las empresas que sí compiten, o sea, las que consideramos o se consideran de clase mundial, pero que venden fuera del país, para desgracia de los consumidores chilenos.
Una gran empresa forestal cuyas operaciones son realizadas a través de contratistas forestales, en una cantidad no menor a 400 pequeñas y medianas empresas, repartidas en variados rubros, como cosecha, plantación, transporte, protección de incendios, entre otras, desarrolló hace cinco años, un programa de excelencia operacional, que daba puntos en la evaluación de estas empresas para continuar como contratistas, en la modalidad con trabajadores revisando procesos y proponiendo soluciones. En total son más de 10.000 los trabajadores involucrados.
Después de varios años los trabajadores aportaron con más de 9.000 ideas de mejora y más de 700 proyectos. Estos en áreas como seguridad laboral, medio ambiente y negocios. Cuando hablo de estos últimos me estoy refiriendo a proyectos que produjeron significativos ahorros en costos.
Frente a las cifras anteriores no podemos soslayar cuestiones esenciales o plantearnos las siguientes interrogantes:
- ¿Qué pasaba antes, en las mentes de los directivos, que se perdieron de aprovechar el análisis de 9.000 ideas de mejora?
- ¿Los trabajadores son aportantes de trabajo puro o pueden ser algo más que lo que define el Código del Trabajo?
- ¿Estas prácticas que buscan la excelencia operacional, se implementan por la presión de competir en el concierto mundial?
- ¿Los dirigentes de las empresas y organizaciones (Estado incluido) que operan para servir a los consumidores nacionales pueden darse el lujo de perder la capacidad escondida que tienen los trabajadores chilenos (con el nivel actual de educación y capacitación)?
- ¿Asistimos a las señas de un cambio de paradigma en la relación de trabajadores y empresarios?
- ¿No llega masivamente a nuestro país, debido a cuestiones ideológicas, ya pasadas de moda sin sustento alguno?
Sumado a los acelerados cambios en diversos campos, como las comunicaciones, la automatización, el trabajo remoto (…) ya la lista se empieza a alargar, ¿seguirá nuestro país atrasado en la relación capital y trabajo? ¿Estos se oponen entre sí o es requisito una complementación armónica?
Y ya que estamos asistiendo a un potencial periodo de cambios, resulta evidente que un nuevo contrato social debe propender a favorecer relaciones colaborativas, puesto que la sociedad la conforman también las personas y sus capacidades. La experiencia descrita revela que estas relaciones colaborativas, desconocidas y en vigencia en otros lares, son una de las herramientas para participar en un mundo cada vez más interconectado, negar esa realidad hoy y a nivel de todas las organizaciones, es condenar a trabajadores y, a su vez consumidores, al siglo pasado.
Esteban Marcelo Rodríguez Melo – Ingeniero Comercial y Bussines Mentor Madri+d
Publicado para Radio Nonguén con autorización del autor, previa publicación en www.tribunadelbiobio.cl