PARTE 11: ECO-LOCALISMO  

PARTE 11: ECO-LOCALISMO  

 ECOLOCALISMO

 Foto: Aardehuizen, Eco aldeas y eco localidades, autor desconocido.

Las pequeñas comunidades agrícolas, locales y eco aldeas tienen mejor resiliencia ante un colapso civilizatorio.

 ECOLOCALISMO

Por Etienne Erice.

¿Dónde está tu Orig?; Es la primera pregunta que le realizan a Norman Winters, en su nuevo despertar, en su viaje a través de las épocas en la novela, de Laurence Manning (1). Esta pregunta que lleva implícito un concepto sobre el origen y pertenencia a la tierra, o territorio de origen particular, es ancestral y atávica.

En la antigüedad el hombre estaba indisolublemente ligado a su tierra, novelas como “Huasipungo”, o “Siervo sin tierra” (2), describen sin romanticismo, y sin idealizar las condiciones de explotación de los campesinos latinoamericanos, pero sobre todo describen el amor del hombre por la madre tierra.

En Chile, los documentos de identidad conservan resabios de control de la autoridad, por fijar a los ciudadanos a su lugar de origen, en los cuales se indica la ciudad de origen de nacimiento.

Con el advenimiento futuro del nuevo mundo, la Localidad a la que pertenezcan las personas, será vital para su sobrevivencia. Otros, deben reconocer tu sentido de pertenencia para lograr sobrevivir. O serán expulsados o forzados a proseguir su peregrinar en una tierra de recursos escasos y bajo consumo energético.

En plena pandemia por el Covid-19, En Chile, cientos de personas intentan huir a las zonas costeras desde la capital, estas han sido bloqueadas por los habitantes locales en las carreteras de acceso de las localidades del litoral chileno. Solo se autoriza el ingreso a los locales. Este fenómeno de defensa instintiva será una realidad en un mundo en colapso.

En los últimos años se han realizado esfuerzos por comprender las nuevas sociedades post colapso, que tendrán bajas tasas de densidad energética, con metabolismos energéticos mínimos, insertas en pequeñas comunidades, o territorios acotados que tengan las condiciones para la sobrevivencia de las comunidades en transición al nuevo mundo.

Resumimos a continuación un análisis de las nuevas comunidades de transición este estudio es realizado y desarrollado bajo el liderazgo del grupo de investigación del País vasco, en la publicación original, titulada:

 

Eco-localismos y resiliencia comunitaria frente a la crisis civilizatoria. Las Iniciativas de Transición por: Joseba Azkarraga Etxagibel, y otros. (3)

En todo el mundo existen multitud de iniciativas comunitarias regeneradoras que tratan de responder a la crisis multidimensional. Tratan de fortalecer la autosuficiencia local y la resiliencia comunitaria ante fenómenos como el cénit del petróleo y el cambio climático. El análisis que presentamos se ha construido desde la observación de distintas IT (Iniciativas de Transición), en contextos muy distintos (localidades del País Vasco, en la ciudad estadounidense de Portland, y en la región del Bio-Bio, Chile), así como desde la participación activa de los autores en el propio movimiento de Transición.

Varios fenómenos nos señalan una profunda crisis sistémica, y la emergencia de un cambio de época (Azkarraga 2011), la fenomenal crisis financiera; el cambio climático; el agotamiento de los recursos; la agudización de las desigualdades (tanto en el seno de los distintos estados como a escala global); el comienzo de la era pos fosilista; las crisis alimentarias; el crecimiento demográfico; y la profunda crisis de la democracia representativa y de lo político (debido a su grotesca subordinación, con respecto a los poderes económico-financieros).

Somos al mismo tiempo testigos de otros procesos que, aunque menos mencionados, son portadores de un gran impacto, real y potencial, en el conjunto de la humanidad. Mencionemos dos. Por un lado, el siglo XXI promete el ocaso de la diversidad humana, a través de una pérdida masiva y sin precedentes de comunidades lingüístico-culturales (cada quince días muere un idioma en el mundo), con la consiguiente pérdida de los saberes ancestrales y del conocimiento ecológico tradicional precisamente de las sociedades humanas más sostenibles (Maffi, 2005).

Por otro, la crisis de los psiquismos en un mundo líquido, con enfermedades que amenazan con convertirse en grandes pandemias según la Organización Mundial de la Salud (enfermedades como el estrés, la ansiedad o la depresión, tanto en el Norte como en el Sur).

Por si fuera poco, el mundo parece haber optado por una huida hacia delante: se profundiza aún más en las lógicas responsables de la actual situación de emergencia global. La búsqueda del máximo beneficio genera crecientes «externalidades» sociales, ecológicas y culturales. La cultura occidental genera un enorme problema porque emplea satisfactores que provocan destrucción ecológica y desigualdad social.

Dada la metástasis del principio de mercado, es razonable pensar que las múltiples crisis mencionadas van a intensificarse en el futuro. Y es más que probable que fenómenos como la crisis energética global y el cambio climático tengan repercusiones dramáticas sobre la vida de las personas.

Debido a esa convergencia de múltiples crisis que se retro alimentan, no parece exagerado afirmar que, probablemente, la humanidad enfrenta los mayores desafíos económicos, sociales y ecológicos de su historia. Un tiempo de dilemas sin precedentes, por su naturaleza y escala, debido a una humanidad que ha alcanzado un enorme poder y una descomunal capacidad de alterar el entorno.

Lo que está en juego es la estabilidad biofísica que la humanidad ha disfrutado durante los últimos 10.000 años. Con el término de Cambio Global se hace referencia a ese «impacto de la actividad humana sobre el funcionamiento de la biosfera» (Duarte, 2009); es decir, a esa capacidad de alterar sustancialmente la infraestructura que sostiene la vida (también la vida humana) en el planeta. Estamos, por tanto, ante un deterioro notable y creciente de la base biofísica que garantiza la reproducción de las sociedades humanas.

El mundo nunca ha sido tan industrial como hoy, y la economía no deja de consumir crecientes recursos materiales y energéticos, al tiempo que genera crecientes cantidades de residuos.

Seguimos, por tanto, empeñados en el «rumbo de colisión» (Max-Neef, 2010). El meollo de dicha colisión consiste en que hemos construido un sistema socioeconómico en expansión continua que, debido a su constante crecimiento, colisiona con una biosfera que es finita, al tiempo que provoca una muy desigual distribución de la riqueza generada.

La dirección insostenible de la humanidad actual no deja de demostrar una colosal falta de inteligencia colectiva. No deja de demostrar una cultura (occidental) perfectamente desajustada con la supervivencia a largo plazo.

En resumidas cuentas, se ha abierto un abismo entre la capacidad de los humanos para transformar el mundo y su capacidad para controlar los efectos de dicha transformación.

 

El inevitable descenso:

Así las cosas, sigue sin afrontarse, el choque fundamental entre la civilización moderna y los límites naturales de la biosfera. Los progresos realizados en lo relativo a las políticas ambientales, en base a conceptos como modernización ecológica, ecoeficiencia, crecimiento sostenible, desarrollo sostenible y desmaterialización, no compensan el ritmo del deterioro. No parece que los marcos de referencia utilizados en las tres últimas décadas sean guías útiles para enfrentar el futuro. Todavía no han empezado a invertirse las tendencias insostenibles, a pesar de la acumulación de conocimiento científico sobre el hecho y a pesar de que los costes, políticos, sociales y medioambientales, de la omisión o de una tardía reacción son mucho más elevados que los costes que podría acarrear una hipotética sobre reacción.

Son varios los recursos fundamentales que ya se están consumiendo en exceso, entre otros: la energía, el territorio, el agua, la biodiversidad (pesquerías, plantas y animales), y otros elementos fundamentales para la vida (como nitrógeno, fósforo, hierro, etc.). El consumo excesivo de recursos provoca grandes impactos que poseen una escala global (cambio climático, desertificación, destrucción de la capa de ozono, pérdida de biodiversidad, y pérdida de la calidad de aguas, suelos y atmósfera), pero también tiene otra consecuencia determinante: «es evidente que la humanidad está a punto de entrar en una etapa en nuestra historia, caracterizada por la penuria de recursos naturales esenciales (agua, terreno agrícola, alimento), que sólo se había experimentado antes a nivel local por nuestra especie» (Duarte, 2009).

Por ello, el mayor problema que la humanidad enfrenta podría formularse así: construir una convivencia justa, sostenible y capaz de promover el bienestar de todos, en un escenario de creciente escasez de recursos planetarios (aunque es difícil calibrar a qué ritmo se irá materializando tal escenario). Pensar que, la occidentalización del mundo puede seguir su curso es una gigantesca ilusión óptica.

 

Por una transición ordenada:

El futuro no está escrito, pero es importante enfocar bien el problema e insistir en su verdadera magnitud. Debido especialmente a la conjunción del final de la era petróleo barato, el cambio climático y el creciente deterioro de los servicios que los ecosistemas nos ofrecen (sin olvidarnos de la fenomenal crisis económica del mundo occidental con repercusiones globales), es más que probable que lo que esté en juego no sea tanto la continuidad de la civilización occidental tal como hoy la conocemos y su característico modo de vida en expansión. A buen seguro, lo que está en juego es cómo llegará su transformación, con qué grado de deliberación, consciencia y planificación por parte de los humanos:

Podemos provocar una «transición ordenada» hacia otros modos de producir, consumir y vivir. Es la vía de la planificación razonable en materia de tecnología, sociedad, territorio, cultura y economía. Supondría que buena parte de la humanidad emprendería un camino voluntario hacia menores consumos de energía y materiales, y menor generación de residuos. Es, la transición hacia el bienestar recorrido de forma racional, voluntaria y con el máximo consenso posible, descubriendo que se puede vivir bien, incluso mejor, con menos.

O tendremos que hacerlo de manera obligada, a través de una «transición desordenada», en un proceso con índices más altos de sufrimiento, inequidad, conflictos sociales provocados por la frustración, autoritarismo, desorden sistémico y militarismo.

Probablemente, el futuro será una mezcla compleja de elementos de transición ordenada y desordenada. Sin embargo, sería un acto de voluntarismo no partir de un hecho objetivo: la cultura y políticas ultraliberales de los últimos tiempos han provocado, por un lado, una fuerte desacreditación de la intervención política e institucional en los procesos económicos y sociales; por otro, una notable desarticulación de múltiples redes comunitarias.

En función de cómo se resuelven los conflictos, podremos caminar hacia ordenamientos sociales más autoritarios (en base a lógicas eco fascistas a través de las cuales una elite global sobre consume todo tipo de recursos mientras la mayoría es crecientemente excluida), o hacia la configuración de sociedades socialmente más equitativas y ecológicamente más equilibradas.

Por tanto, debiéramos contemplar seriamente la posibilidad de que el siglo XXI ofrezca movimientos des globalizadores y movimientos de contracción (sea a partir de un futuro «escenario meseta», «escenario declive» o «escenario colapso»). Esto no quiere necesariamente decir que se producirá una vuelta a la sociedad tradicional precapitalista, sino que el futuro, especialmente un futuro sin fuentes de energía abundante y barata podría ser confeccionado en base a nuevos equilibrios: entre consumo y austeridad, industrialismo y neo ruralidad, tecnología y tradición, globalización y relocalización (re-territorialización).

 

Nueva configuración social y construcción de resiliencia comunitaria

La relocalización de las actividades humanas no es solo una elección entre otras, en gran medida es también inevitable: la dinámica globalizadora es insostenible desde la óptica de la crisis energética global, puesto que los precios crecientes del transporte muy probablemente bloquearán la posibilidad de seguir operando a nivel global como lo hemos estado haciendo. El desarrollo de la sociedad industrial ha consistido en producir energía, alimentos y bienes de forma centralizada, con grandes estructuras creadas para resolver necesidades a escala global; este modelo de configuración social ha provocado un enorme impacto ecológico. El final de la sociedad fosilista implica que no se podrá sostener ese modelo de producción y distribución. El actual metabolismo socioeconómico se hace inviable, ni qué decir su continua dinámica expansiva.

 

Para ese futuro se requiere desarrollar estructuras descentralizadas, auto-organizadas, de menor escala, que tiendan a la autosuficiencia, con capacidad para incrementar la calidad de vida consumiendo menos recursos. Se trata del énfasis en el territorio, en lo local, regional y comunitario (Azkarraga, 2011).

En medio de la fiebre globalizadora, ni la clase política ni las élites económicas que dirigen nuestras sociedades parecen calibrar bien la importancia de lo local/regional.

 

«No hay ninguna duda de que las soluciones locales dirigidas comunitariamente serán esenciales. Aquí es donde los gobiernos tendrán ciertamente un papel que jugar en asistir y animar a las redes locales, quienes pueden ayudar con suministros locales de comida y combustible, y agua y trabajos, y las cosas que necesitamos de las tiendas. Veremos relocalización en la forma en la que vivimos, lo cual nos recordará no al siglo pasado, sino al anterior. Y eso no es algo malo. Sin duda una de las respuestas más baratas que será muy efectiva es promover el consumo local, la producción local, la distribución local. Y esto tiene efectos secundarios positivos en cuanto a llegar a conocer mejor a nuestras comunidades. Hay beneficios humanos y comunitarios de las redes locales que espero con ilusión verlos crecer».

Por tanto, caminar hacia territorios (más) autosuficientes y una gran descentralización parece constituir una de las claves, de modo que la capacidad auto-constituyente de las comunidades —el individuo consciente y la comunidad protagonista— será un valor en alza si se quiere encontrar una salida razonable a la crisis civilizatoria.

Esto no quiere decir que no sea necesario actuar a otra escala, sea ésta más regional que local, o netamente estatal e internacional. Sería absurdo plantearlo como si de una disyuntiva se tratara. En el mundo actual, y probablemente también en el futuro, pocos problemas significativos de nuestras sociedades pueden ser resueltos solo desde uno de los niveles de abordaje. Significa que el nivel local también es una fuerza de configuración de la realidad y una palanca para el cambio; aún más en una probable nueva fase histórica con movimientos de desglobalización y contracción cuya intensidad está por ver.

Para un futuro de tales características resulta obvio que será necesario movilizar a la propia sociedad civil como fuerza de primer orden, en la búsqueda de un nuevo paradigma civilizatorio. El papel de la comunidad y de los ciudadanos ante el Cambio Global resulta vital, especialmente en un contexto de descentralización progresiva. Una transición ordenada requiere cambios sustanciales en los modos de vida y la plena participación consciente de las comunidades.

 

Las IT como modelo de respuesta

Las IT se enmarcan plenamente en dicha visión. La idea surgió en una pequeña población llamada Kinsale, Irlanda, en el año 2005. Se elaboró un plan de descenso energético que pretendía implicar a toda la comunidad y elaborar una visión para su población a 25 años vista, contemplando los distintos aspectos de la vida social (economía, educación, turismo, energía, transporte, residuos…). Como primer intento de organizar la comunidad para enfrentar el cénit del petróleo y el cambio climático, fue el germen del movimiento Transición. Sin embargo, el movimiento tuvo su primera materialización en Totnes, al suroeste de Inglaterra, en 2006.

 

Las IT parten de cuatro supuestos básicos:

  • Es inevitable que pasemos a vivir con un consumo mucho menor de energía, y es preferible que las comunidades se preparen para ello a quesean cogidas por sorpresa.
  • Nuestras sociedades han perdido capacidad (resiliencia) para enfrentar choques energéticos como el que acompañará el cénit del petróleo.
  • Por ello, es necesario actual colectivamente y hacerlo ahora.
  • La liberación de la creatividad comunitaria puede llevarnos a un diseño creativo, proactivo e inteligente del descenso energético, y construir así formas de vida más conectadas, más enriquecedoras y que respeten los límites biofísicos del planeta.

La Permacultura está en la base de la idea de Transición, entendida la Permacultura en sentido amplio, como los saberes y la acción encaminados hacia el diseño sostenible de los hábitats humanos. Y resuena profundamente con el paradigma de la Ecología Social, que Albo describe de esta forma (Albo, 2007):

«Quizás el proyecto más importante que contempla otra forma de localismo hoy es el que nos ofrece la ecología social, el cual posee fuertes raíces en la invocación tradicional anarquista (o liberal) de democracia directa (o comunidad), en la forma de comunidades crecientemente (aunque nunca completamente) autosuficientes. La ecología social se asocia a menudo estrechamente con el pensamiento eco-anarquista de Murray Bookchin. Pero en realidad abarca una serie de enfoques que son completamente localistas en su visión y descansan en alguna combinación de comunidad y economía cooperativa, comercio semi autárquico, sistemas de moneda local, y democracia directa en empresas y en gobiernos locales (…). En esta visión, el equilibrio ecológico se restaura en comunidades descentralizadas por la necesidad de encontrar soluciones locales, eliminando a la vez tanto las externalidades negativas como el sobre-consumo de recursos, así como los desastrosos efectos del industrialismo y su producción en masa (sea cual sea el sistema de propiedad que lo sustenta).»

A continuación, señalaremos algunas de las características de las IT, (sin ánimo de realizar una caracterización completa y exhaustiva):

  1. a) Fortalecer la comunidad

Como ya hemos señalado, las IT buscan empoderar a la comunidad, promover las capacidades para la autogestión y la autoorganización ante los formidables desafíos que ya comienzan a tomar cuerpo: especialmente el cénit del petróleo y el cambio climático.

Se trata de un proceso de empoderamiento que encaja perfectamente con la ya clásica definición de «fortalecimiento comunitario» propuesto por la Psicología Comunitaria, especialmente latinoamericana: «Proceso mediante el cual los miembros de una comunidad (individuos interesados y grupos organizados) desarrollan conjuntamente capacidades y recursos para controlar su situación de vida, actuando de manera comprometida, consciente y crítica, para lograr la transformación de su entorno según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al mismo tiempo a sí mismos» (Montero, 2003).

De hecho, las IT activan los elementos fundamentales que describen un proceso de fortalecimiento de la comunidad (Montero, 2003):

  • Participación (como elemento principal que permite que todas las demás características puedan desarrollarse);
  • Conciencia (procesos de concienciación y desideologización);
  • Control (sobre las circunstancias de orden social, sobre los recursos, sobre la propia vida);
  • Poder (el poder social que ejerce la comunidad);
  • Politización (procesos que implican el desarrollo de la ciudadanía y de la sociedad civil);
  • Autogestión (autonomía de las acciones y decisiones, auto eficiencia en la organización comunitaria, fomento de la confianza en sí mismo y del sentimiento de seguridad y conexión);
  • Compromiso (sentimiento de apego y obligación para con la comunidad, involucrándose en acciones colectivas que producen beneficios para todos);
  • Desarrollo y expresión concreta de capacidades individuales (un movimiento especialmente inclusivo, en la medida en que deja espacio para multitud de habilidades y roles);
  • E identidad social (generación de valores, creencias y conexión interpersonal).
  1. b) Privilegiar la acción

En las IT existe una mezcla de radicalidad y pragmatismo. Se parte del hecho de que, si se espera que los gobiernos actúen, se llegará mal y tarde; si actuamos como individuos, será insuficiente; en cambio, si se activa la creatividad de la comunidad, es posible que sea suficiente y lleguemos a tiempo. Por tanto, se privilegia la acción a escala comunitaria, superando la percepción tan extendida de que las soluciones fundamentales se ubican en la escala del individuo y/o del gobierno. Se fomentan, así, múltiples proyectos que tiene que ver con la agricultura orgánica, cooperativas de energías limpias, emisión de monedas locales alternativas, etc.

Además, el planteamiento es de naturaleza netamente pragmática. Se activa un proceso de eco alfabetización comunitaria (acercando la sostenibilidad a la gente), a través de la promoción de soluciones prácticas y creativas a los problemas socio-ecológicos actuales, para realizar una transición efectiva hacia una sociedad más resiliente y menos dependiente de las energías fósiles.

Lejos de la visión apocalíptica, el movimiento de Transición es un intento de trascender el alarmismo paralizador a través de la acción creativa y propositiva, partiendo de una visión holística. Hay que evitar dos salidas en falso: por un lado, el derrotismo, por otro, la supervivencia individual. Y la apuesta no reside en apartarse de la sociedad «oficial» para crear formas alternativas de convivencia y organización socio comunitaria (al estilo de las eco aldeas); se trata más bien de emprender el cambio social desde el corazón mismo de las comunidades ya establecidas.

  1. c) Autocrítica, anudada a una visión y actitud atractivas

El movimiento Transición constituye también un racimo de actitudes y una determinada visión de las cosas.

Por un lado, realiza una lectura autocrítica de las herramientas que los activistas han utilizado en los últimos 30-50 años (estrategias de protesta, presión, crítica o confrontación con el paradigma hegemónico). Se interpreta que dichas herramientas son inadecuadas e insuficientes para responder a los enormes desafíos que nos sobrevienen: a través de dichas herramientas no se ha conseguido que la cultura hegemónica adquiera los compromisos suficientes y, en consecuencia, es necesario replantearse los antiguos modos de actuación.

Parafraseando a Marianne Williamson, se asume que es más poderoso construir el mundo que queremos que destruir aquel que no queremos Hopkins, 2009). Parte así, de un espíritu entusiasta, constructivo, inclusivo y esencialmente positivo (anudado a una lectura crítica con pocas o ninguna concesión al mundo que habitamos).

De hecho, la visión positiva del futuro es una de las características definitorias de este movimiento: un futuro sin petróleo podría ser un futuro de mayor de calidad de vida, más equitativo, más justo y con mayores niveles de bienestar. Se hace del optimismo un acicate para la participación en el proceso y para bloquear la parálisis que produce el miedo ante la visión de un futuro catastrófico. La crisis sistémica ofrece una gran oportunidad para reinventar, repensar y reconstruir nuestras sociedades.

  1. d) Indicadores de resiliencia comunitaria

La construcción de resiliencia local que impulsan las IT vendría definida por múltiples indicadores que se propone fortalecer, como por ejemplo:

  • Porcentaje de comida consumida que fue producida en un determinado territorio geográfico cercano (en concordancia con los postulados de la «soberanía alimentaria»).
  • Grado de implicación de la comunidad local en las tareas prácticas de relocalización.
  • Cantidad de negocios en manos de habitantes locales.
  • Porcentaje de transacciones comerciales que se realizan con moneda local.
  • Porcentaje de la comunidad empleada en la propia localidad.
  • Porcentaje de bienes esenciales manufacturados en determinado radio geográfico.
  • Porcentaje de materiales locales de construcción utilizados en las nuevas construcciones.
  • Ratio de espacio para el aparcamiento de coches en relación al uso productivo de la tierra.
  • Número de personas de 16 años con conocimientos suficientes para plantar 10 variedades diferentes de verduras.
  • Porcentaje de medicinas localmente prescritas que han sido producidas dentro de un determinado radio geográfico.

Es importante señalar lo siguiente: pueden descender los niveles de emisiones de carbono de una comunidad determinada (reducir su huella de carbono), pero tal hecho puede no crear resiliencia local (de ello son ejemplo los modos centralizados de reciclaje, la agricultura ecológica a nivel global, los edificios de bajo consumo, etc.). Por ello, las formas alternativas de organización comunitaria (un nuevo modelo energético para un nuevo modelo de sociedad), deben ir necesariamente acompañadas de actuaciones dirigidas a la gran recapacitación y al aumento de resiliencia que requiere la transición socio-ecológica.

El concepto de resiliencia que utiliza el movimiento de transición va más allá de que las comunidades puedan mantener niveles aceptables en sus funciones, estructuras e identidad, una vez experimentado un choque o un proceso traumático. No se trata solo de una estrategia defensiva, sino de una ofensiva para la construcción de mayores niveles de bienestar, en concordancia con las concepciones más avanzadas sobre la resiliencia (Reich, Zautra y Hall, 2010). Las adversidades actuales y futuras —derivadas del cénit del petróleo, el rápido cambio climático y la crisis económica— son vistas como oportunidades para una revitalización y florecimiento económico a nivel local. Es decir, más allá de resistir y evitar el hundimiento, experimentamos una oportunidad para el renacimiento económico y social, para construir una comunidad más feliz y saludable en la medida en que dicha comunidad crecientemente resiliente va reduciendo los niveles de riesgo, incertidumbre e inseguridad.

  1. e) Producción de subjetividad

Las IT ponen el acento también en la «transición interna». Es decir, más allá de crear nuevas estructuras y procesos «externos», promueven la renovación de los procesos «internos», dando relevancia a la dimensión psicológica del cambio social. Se utilizan los modelos psicológicos relacionado a las adicciones, siguiendo la premisa extendida en la literatura sobre sostenibilidad de que, efectivamente, se trata de superar determinadas adicciones civilizatorias (Elizalde, 2008).

Se asume, así, que la gran transición socio-ecológica presupone soluciones que vayan mucho más allá de los cambios tecnológicos o de los cambios de las estructuras objetivas. Junto con la creación de nuevas estructuras materiales, se propone una verdadera transformación cultural y personal; conscientes de que la sostenibilidad tiene que ver con el arte de combinar la redistribución y la planificación ordenada de todo tipo (política, social, tecnológica, energética, etc.), con la autocontención, la autolimitación, y una nueva moral social que eleve la frugalidad y la austeridad a categorías de sentido común. Se trata de avanzar en la construcción de una nueva infraestructura cultural, una nueva subjetividad, un nuevo suelo psicosocial (un nuevo «carácter social», diría Erich Fromm).

Podríamos concluir que este movimiento asume así que, probablemente, la «cultura de la suficiencia» es la dimensión más importante de la sostenibilidad. Porque, como señalaba J. Riechmann, ahí reside buena parte del problema de fondo: «el desarrollo sostenible no se ha traducido en una ética como un cuerpo de normas de conducta que reoriente los procesos económicos y políticos hacia una nueva racionalidad social y hacia formas sustentables de producción y de vida» (Riechmann y Abelda, 2004).

En general, la importancia de producir subjetividad parece haber sido mejor entendida por las fuerzas que administran el capitalismo. Félix Guattari lo vio con profundidad, a la hora de explicar la sociedad post fordista: «(las fuerzas que administran el capitalismo) han entendido que la producción de subjetividad tal vez sea más importante que cualquier otro tipo de producción, más esencial que el petróleo y que las energías (…). Es evidente que para fabricar un obrero especializado no existe sólo la intervención de las escuelas profesionales. Existe todo lo que pasó antes, en la escuela primaria, en la vida doméstica, toda una suerte de aprendizaje que consiste en habitar la ciudad desde la infancia, ver televisión, en definitiva, estar inmerso en todo un ambiente maquínico» (Guattari y Rolnik, 2006).

Añadiremos algo que es también de conocimiento común: el capitalismo actual no solo fabrica productos (la mayoría innecesarios) y trabajadores funcionales, también fabrica consumidores permanentemente insatisfechos, a través de los tres mecanismos institucionales que señala el teórico del decrecimiento, Serge Latouche: la publicidad, el crédito y la obsolescencia programada (Latouche, 2012).

Privilegiar el campo de la subjetividad es asumir que el orden capitalista es también una realidad psíquica, y una estructura que la propia ciudadanía sostiene y reproduce minuto a minuto con determinadas conductas y representaciones de la realidad. Lejos de constituir un mero reflejo de las condiciones materiales de existencia, la producción de subjetividad es hoy parte de la propia infraestructura productiva. De ahí su centralidad en las luchas emancipadoras del futuro, tanto en las labores de resistencia como en las de construcción de nuevas alternativas. Algo que, insistimos, recogen plenamente las IT.

  1. f) Metodología para la acción

Además, las IT aportan una metodología de intervención constituida por 12 pasos (Brangwyn y Hopkins, 2010). Dicha metodología no posee un carácter prescriptivo, pero surge de la observación de lo que funcionó bien en las iniciativas tempranas de transición (especialmente en Totnes, el lugar de origen de este movimiento). Se trata de una aportación que puede resultar de mucha ayuda para las comunidades que emprendan una IT, durante sus primeros dos años. A continuación, reproducimos los 12 pasos:

  • Organizar un grupo dirigente y planificar su dimisión desde el comienzo.
  • Tomar y crear conciencia. Sentar las bases (conectando con grupos ya existentes), Organizar un gran lanzamiento.
  • Crear grupos de trabajo (alimento, residuos, energía, educación, economía, agua, transporte, juventud, gobierno local…).
  • Utilizar la metodología de los Espacios Abiertos como enfoque para las reuniones (Open Space Technology).
  • Crear manifestaciones prácticas y visibles del proyecto.
  • Facilitar la Gran Recapacitación (recuperar muchas de las habilidades de nuestros abuelos: reparaciones, cocina, construcción natural, aislamiento de tejados, producción y conservación de alimentos…).
  • Tender un puente a las autoridades locales (sin que la comunidad pierda la dirección del proceso).
  • Honrar a los mayores (son quienes mejor recuerdan una sociedad e menos energía exógena).
  • Que el proceso vaya a donde quiera (no aferrarse a una visión rígida, sino actuar como catalizadores para que la comunidad dibuje su propia transición).
  • Crear un Plan de Descenso de Energía (es en este plan donde desemboca el proceso y donde confluyen todos los grupos de trabajo).

Antes de la aparición del Movimiento Transición, sectores minoritarios y concienciados de las distintas sociedades —con diferencias sustanciales entre unas y otras— conocían bien los desafíos del cénit del petróleo, el cambio climático y la depredación múltiple —ecológica, social, cultural y psíquica— que provoca el consumismo capitalista. Existían también infinidad de grupos y movimientos sociales que establecían tales fenómenos en el centro de su discurso, motivación y actuar colectivo. Sin embargo, las IT han catapultado a nuevos niveles la autoorganización socio comunitaria en torno a fenómenos como la crisis energética y climática, a través de un mensaje claro, atractivo y netamente práctico. Es decir, probablemente lo nuevo no reside tanto en la lectura crítica sobre el mundo contemporáneo y las formas de vida consumista que la sostienen, sino en su espíritu práctico, la capacidad integradora de su mensaje y, en consecuencia, los niveles de movilización social que ha provocado en torno a la agenda socio-ecológica de transformación.

A pesar de su breve recorrido, el movimiento transición ha despuntado como un proyecto de amplia repercusión global desde su vocación localista, impulsando la idea de responder a la crisis múltiple (energética, climática y socioeconómica) a través de una transformación radical del modelo de convivencia local. El concepto de «transición» también alumbra un sistema motivacional basado en la necesidad humana (reconocida o no) de superar el aislamiento y el solipsismo a través de una conexión significativa con los otros a nivel local. El hambre de conexión debe ser alimentado a través de un propósito compartido, y en el caso de las IT, dicho propósito desemboca en un objetivo netamente práctico: el Plan de Acción de Descenso Energético al que la comunidad local se adhiere.

El impulso integrador hace que las IT posean importantes efectos positivos, especialmente desde un punto de vista psicosocial:

  • El modelo Transición ofrece a las personas un sentido de agencia directa, más que un estado de esperar por respuestas gubernamentales ante los desafíos epocales (o ante otro tipo de liderazgos). El sentimiento de agencia es un elemento clave para la implicación sostenida.
  • El planteamiento de Transición es lo suficientemente amplio como para que cualquiera pueda implicarse en el mismo, cada uno a su manera yen al ámbito temático que prefiere o conoce (educación, energía, agricultura, vivienda, etc.). Hay roles para todos, y espacio para la creatividad y la inventiva de todos.
  • Dicho modelo es consciente de las dificultades de los cambios en las formas de vida y, como ya hemos señalado, realiza también una lectura psicológica de dichas dificultades (analizando las profundas y complejas resistencias al cambio, incluso cuando éste es para mejor).
  • El modelo posee el potencial de construir un sentido de comunidad en espacios donde se ha perdido o simplemente no existe tal sentido.

Su empeño esencialmente constructivo hace que las IT pongan más énfasis en las posibilidades de cambio que en las dificultades para el mismo. Al igual que la investigación y la práctica relacionadas con la salud individual y comunitaria reconocen desde hace tiempo la importancia de identificar y desarrollar las fortalezas inherentes a individuos y grupos, en vez de patologizar sus debilidades (Landau, 2004), el paradigma de la resiliencia se centra en la construcción y vitalización de las características individuales y comunitarias que posibilitarán una adaptación exitosa a los cambios que nos sobrevienen.

Limitaciones y consideraciones críticas

Este nuevo movimiento ciudadano posee también limitaciones. Dicho en general, las observaciones de diferentes IT realizadas durante varios años, y la propia participación activa en las mismas, nos llevan a concluir algo fundamental: la implementación del paradigma de Transición no es fácil, incluso en aquellos contextos o comunidades en los que existe previamente una alta conciencia sobre las cuestiones ligadas a la sostenibilidad y, en consecuencia, las personas tratan de cambiar múltiples aspectos en sus vidas. Algunas razones son las que siguen:

  • No es fácil encontrar personas dispuestas a adoptar posiciones de liderazgo, mientras que quienes desean tales posiciones son reacios a renunciar a las mismas por diferentes razones (en el caso de Portland, pasados tres años, varios miembros del grupo iniciador seguían en el mismo lugar y el resto se había alejado; los recién llegados experimentaban dificultades para sentirse integrados y, a pesar de los esfuerzos inclusivos, los miembros a menudo sentían que el grupo originario quería controlarlo todo).
  • Es obvio que los hábitos de vida suelen estar fuertemente arraigados y quebrarlos es una tarea costosa, incluso cuando se sabe que muchos otros caminan en esa misma dirección. El modelo Transición sugiere crear «grupos primarios» (reuniones periódicas con los vecinos de confianza) como una manera de construir otro mundo desde abajo, pero su organización operativa puede resultar tan difícil como las reuniones a una mayor escala.
  • Los gestores de la ciudad o comunidad tardan en abrirse a aquellos ciudadanos que parecen estar queriendo indicarles cómo hacer su trabajo; tampoco la relación es fácil cuando los planificadores y gestores reconocen que los esfuerzos relacionados con la Transición ayudan en el cumplimiento de las metas y objetivos de los gobiernos locales. Esto puede generar una atmósfera de competitividad y no colaboración, perdiendo así efectividad.
  • Una serie de problemas psicosociales afectan a todos los grupos en formación: conflictos interpersonales, ausencia de diálogo, falta de orientación y conexión con los nuevos miembros, diferentes visiones en cuanto a la estrategia y la táctica para el desarrollo de la organización, comportamiento patriarcal, dificultades para terminar lo empezado… Esta serie de problemas afecta normalmente a todos los grupos voluntarios, pero resulta especialmente significativo el hecho de que emerjan con fuerza en grupos con una fuerte voluntad y una (aparente) visión compartida.

Sin embargo, existen también limitaciones a otro nivel que no debiéramos dejar de observar, en aras a mejorar estas iniciativas y las posibilidades de la transformación socio-ecológica. Entre otras cosas, nos referimos a lo que sigue: incluso si determinada IT adquiere un ostentoso éxito en un barrio o pequeña comunidad particular, desconectándose de la red hegemónica, estableciendo su propio suministro local de energía, construyendo seguridad alimentaria, etc., todos estos logros dejan prácticamente indemne la comunidad más amplia en la que se inserta. Otras pequeñas comunidades podrían inspirarse a través del efecto contagio y comenzar un cambio parecido, pero, aun así, las grandes estructuras del capitalismo industrial y postindustrial siguen profundizando su lógica en el resto del campo social. Son muchos los activistas y autores que enfatizan la necesidad de reducir la escala de las instituciones económicas e incrementar la autosuficiencia de las comunidades locales (Curtis, 2003), pero al mismo tiempo, bien es cierto que los planteamientos de respuesta eco-localista a la crisis múltiple poseen limitaciones estructurales (Hahnel, 2007).

Dando un paso más en esta consideración crítica, podríamos concluir que las IT representan la necesidad imperiosa de tranquilizar las conciencias, de sentir que se hace algo para revertir la fatal situación, cuando en realidad su potencial de transformación no remueve los cimientos establecidos. Junto con sus aspectos valiosos, podría crear una reconfortante pero peligrosa ilusión colectiva; al igual que poner el énfasis en las responsabilidades individuales para encarar los desafíos socio-ecológicos suele servir para entretener la identidad en base a nuevos estilos de vida, convertir las contradicciones sistémicas en cuestiones biográficas e individualizar así el conflicto social.

Por ello, las IT requieren un esfuerzo importante por no perder la perspectiva macro. Al mismo tiempo, la perspectiva macro es desoladora sin acción efectiva real, sin mancharse las manos en una acción colectiva constructora de nuevos mundos posibles en las exigentes coordenadas del aquí y el ahora. Sirve en muchas ocasiones, para realizar estériles cierres identitarios en torno a los postulados anti sistémicos de resistencia, con vocación victimista o de marginalidad.

Las IT poseen una esencial naturaleza localista, aunque normalmente se trata de movimientos ciudadanos muy bien informados sobre la situación global. Para enfrentar los problemas que pudieran derivarse del «excesivo localismo», este paradigma de acción colectiva podría entrar en un fructífero diálogo con el emergente movimiento a favor del decrecimiento, ya que éste realiza un abordaje ideológico más ambicioso de las grandes problemáticas políticas y económicas de nuestro tiempo, a través de una severa crítica a los fundamentos mismos del sistema capitalista y a través dela exploración de alternativas globales a las estructuras sociales, culturales y económicas del sistema hegemónico.

En realidad, se trata de un diálogo que ya se está produciendo (Del Río, 2009). Así, el impulso localista puede ser complementado con la apertura hacia las cuestiones macro que, por otra parte, no dejan de estar directamente relacionadas con las posibilidades de la autonomía y la resiliencia de las comunidades. A su vez, el movimiento en favor del decrecimiento energético y material puede encontrar en las IT un abordaje práctico y concreto para la construcción de otras formas de organización económica y social, así como un importante anclaje para la expansión de su visión.

Fundamentos valiosos, a pesar de todo

A pesar de las limitaciones mencionadas, el movimiento de Transición y otros eco localismos que buscan la construcción de resiliencia comunitaria, representan un importante modo de acción colectiva frente al Cambio Global.

Se trata de un movimiento ciudadano que llega más allá del campo de influencia del movimiento ecologista tradicional. Organiza ciudadanos que, a modo de avanzadilla cultural, advierten al conjunto social y a la modernidad triunfante de un hecho sustancial: las comunidades humanas no existen en un vacío ecológico, a pesar de la ficción antropocéntrica que domina la cultura occidental (y también la práctica dominante en las ciencias sociales); las sociedades humanas están insertas en sistemas naturales y no pueden ser pensadas como entidades desconectadas de sus fundamentos físico-biológicos (Toledo y González de Molina, 2007).

Por ello, se trata de un movimiento ciudadano que hace suya la necesidad de superar las visiones de la sostenibilidad, especialmente las interpretaciones ortodoxas y hegemónicas del desarrollo sostenible, que no terminan de considerar la economía como un subsistema inserto en el sistema social y a ambos como parte de la biosfera. La Economía Ecológica, una disciplina llamada a habitar el tronco central del conocimiento que la humanidad requerirá a partir de ahora, nos habla de la economía como un sistema abierto: abierto por arriba, ya que funciona necesariamente con insumos de energía y materiales; y abierto por abajo, pues se trata de un sistema que produce residuos (entre los que cabe destacar, por su volumen y efectos destructivos, el dióxido de carbono). No parece razonable ni inteligente seguir hablando de energía y materiales haciendo caso omiso de las leyes que gobiernan dichos recursos, como es el caso de los economistas convencionales.

Puesto que el proceso metabólico (los flujos de materia y energía que se intercambian entre la sociedad y la naturaleza) siempre ocurre dentro de determinadas relaciones sociales, instituciones y sistemas simbólicos, iniciativas como las IT son fundamentales para establecer un suelo cultural y un entramado vincular que ponga bajo sospecha a la cultura moderna industrial y capitalista, y provoque un cambio sustancial en la relación entre la sociedad y la naturaleza.

Las acciones humanizadoras de los tiempos modernos han versado sobre cómo mejorar el bienestar material de los humanos, cómo librarlos de la miseria (material y moral), intensificando para ello el crecimiento y/o la distribución de los recursos, alcanzando mayores cotas de desarrollo tecnológico, avanzando en la igualdad social. Buena parte de esas nobles acciones, entre las que cabe destacar la propia crítica marxista, han estado profundamente impregnadas de nociones como desarrollo y progreso ilimitado (Garrido, 2011). El movimiento de Transición (y otros similares) suponen un importante vuelco: una acción humana encaminada a frenar, de manera ordenada, consciente y voluntaria, la dinámica expansiva, transformadora y subordinante —del resto de organismos vivos— de la especie humana.

De alguna forma se asume que, como bien señala Daniel Tanuro, existen tres mil millones de personas en el planeta que no viven en condiciones dignas (de enseñanza, salud, energía, agua, alimentación, transporte, vivienda…), y para satisfacer las necesidades de todas esas personas se requiere aumentar la producción material y la escala física de la economía, aumentando por tanto el consumo de energía fósil y emitiendo más gases de efecto invernadero (Tanuro, 2011). Sencillamente, esto es inviable, a menos que «la otra parte» de la humanidad descienda sustancialmente sus niveles de consumo. Aquí reside el fundamento teórico decrecentista de este tipo de movimiento ciudadano pragmático.

Es, por ello, una apuesta por valores post-materialistas. Sin embargo, el nacimiento y expansión de las IT coincide con un momento histórico en el que no es nada improbable que se refuercen (también en las sociedades más desarrolladas) las opciones a favor de aumentar los niveles de seguridad personal y económica (Díez Nicolás, 2011); es decir, coincide con el reforzamiento de los valores materialistas precisamente como reacción al comienzo de la era del pos crecimiento en el corazón de Occidente, el inevitable descenso y la materialización de la escasez, algo ya anunciado por las propias IT.

 

 

Bibliografia y Referencias:

Para finalizar, insistiremos en que las ciencias sociales de orientación emancipadora necesitan establecer una «doble agenda» de investigación: junto con la aportación en favor de la elevación material (y psicosocial)de grupos sociales y comunidades perjudicadas por el acceso desigual a los recursos, la tarea consiste en provocar la disminución o decrecimiento voluntario en el consumo de energía y materiales (también en la emisión de residuos) de aquellos grupos sociales y comunidades «al otro lado» (con elevadas huellas ecológicas). El empeño de las IT reside precisamente en provocar tal decrecimiento, provocando al mismo tiempo la elevación del bienestar de todos (aumento de la satisfacción de las necesidades humanas).

Bibliografía (4).

(1) «El hombre que despertó en el futuro», Laurence Manning (1933), Siglo XX. Norman Winters, banquero y científico aficionado, tiene curiosidad por saber qué futuro le depara a la Humanidad, así que construye una cámara de hibernación en la que dormirá hasta el año 5000. Al despertar, la Tierra es una gran superficie arbolada, los bosques y otros recursos naturales son el principal sustento del Hombre. Hay algo de industria, pero es prácticamente automática. La Historia llamará a nuestros siglos «La Época del Gran Despilfarro». Los «Derrochadores» serán derrotados en la Gran Revolución, después de la cual arrancará la verdadera Civilización. En ese «año 5000», los jóvenes son muy suspicaces hacia las intenciones de los más viejos respecto de la explotación de recursos que deben quedar para las generaciones futuras, siendo realmente agresivos contra las intenciones de los mayores de quedarse con sus recursos. Y las manifestaciones de hoy, de jóvenes recriminando a los más viejos que los están dejando sin planeta, y sin recursos. Novela premonitoria.

(2) Huasipungo: Huasipungo es una novela del escritor ecuatoriano Jorge Icaza Coronel. La historia transcurre en Ecuador en la primera mitad del siglo 20.

Siervo sin tierra: de Eduardo Caballero Calderón. Siervo sin tierra tiene por protagonista a Siervo Joya, un campesino de Boyacá cuyo único objetivo en la vida pasa por comprarse un pedacito de tierra que le dé la felicidad. Esta historia es narrada entre 1930 y 1953.

(3) Polis, Revista Latinoamericana, Volumen 11, Nº 33, 2012, p. 15-40

(4)       Bibliografía, Tod Sloan, Patricio Belloy, Aitzol Loyola de la Mondragon Unibertsitatea, País Vasco; Lewis and Clark Graduate School of Education and Counseling, Portland, USA; Universidad Austral de Chile, CEAM (Centro de Estudios Ambientales), Valdivia.

https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682012000300002.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *